Un día como tantos otros
de mí rutina que a veces abruma y que más de las veces es la que enamora.
Suena aquel ruido
ensordecedor que nos avisa que tenemos
que estar parados frente al mástil, para honrar nuestro emblema nacional, todos
en filitas, bien parados y en silencio. Se realiza la izada de la bandera. El
director da la bienvenida a una nueva jornada, brinda alguna información
relevante de la semana. Nos invita a pasar a nuestras respectivas aulas. Me
dirijo a preceptoría, busco la llave, el parte de asistencia, el libro de tema,
una tiza y me acerco a mis alumnos que están esperando que abra nuestro salón.
Entramos, ellos bajan su silla de la mesa, acomodamos las cosas, volvemos a
saludarnos, y comienzo a tomar asistencia, luego de unos minutos mis alumnos ya
acomodados y con sus carpetas y cuadernillos sobre sus pupitres nos disponemos
a comenzar nuestra clase.
Realizamos el
repaso de contenidos y en el momento concreto cuando la introducción de mí
clase se esfumo, (y nos alojábamos en el desarrollo), en el cual teníamos como
actividad central “sacar” las ideas principales de un texto sobre el marketing
mix, mis alumnos no se encontraban muy motivados y un tanto avergonzados. Veía
sus caras de desgano, a lo que me evoque a mis años en la escuela como alumno,
y me sentí tan identificado que quise cambiar la energía que fluía en el aula, por
lo que se me ocurrió pararme en el medio del salón y comencé a leer tan fuerte
el texto como mi voz lo hacía posible, muchos empezaron a reír, otros a prestar
atención y otros tanto a realizar caras de no entender lo que pasaba. Leí un párrafo y señale con el dedo a mi
alumna más bochinchera, y le dije –Es tu turno, léelo como quieras, pero tienes
que captar la atención de tus compañeros; sabía que no me iba a defraudar, y le
entregue el texto.
Ella, agarro el
texto sonriendo, se paró arriba de su silla y leyó con una voz por momentos tan
aguda que parecería que fumaba desde que nació, por momentos tan fina que
parecía una niña, entre sonrisas y miradas cómplices se culminó la lectura de
nuestro segundo párrafo. Fue ahí donde sin mediar, le digo –“señala a tu
compañera que más quieras”, obviamente que hizo a su compañera de banco; la
cual quedo como designada para tomar notas en el pizarrón de los conceptos importantes.
Se paró, tomo mi tiza y escribió.
Era el turno de que
se eligiera a una compañera, para la lectura de un nuevo párrafo. Eligió y así
una tras otra fueron colaborando con sus opiniones y lecturas, lo hicieron
sentadas de chinito, en el suelo, desde la puerta, arrodillada, a los gritos,
despacito pero indudablemente la energía del curso había cambiado. Terminamos de
copiar los ítems que estaban en el pizarrón y sonó el recreo.
Sentí que algo
bueno había surgido...
Victor Iván Fernandez.
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